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01 septiembre 2011

"Mi vida en sus manos"


Me presento. Me llamo Edgar Espejo Parisaca, pero mis amigos me dicen "Pichón". Tengo 25 años y vivo en Merlo. Estoy en la Argentina porque en Bolivia no hay trabajo como acá. Soy una persona simple, humilde, honrada y trabajadora. Actualmente estoy pasando un buen momento, pero hubo otros en mi vida que a veces es mejor no recordar.
Suelen venir a mi mente recuerdos horribles de algunas situaciones que debí pasar en mi corta de vida, desde mi niñez en mi querido Bolivia como acá en este lugar.
Uno de los peores momentos, sin lugar a dudas, es un hecho ocurrido hace seis años con unos policías. Les cuento.
Un 12 de marzo de 2006, salí de la casa de mi casa, a comprar pollo. Iba un poco despistado pensando en unos hechos amorosos que me estaban pasando, cuando de repente sentí una voz que me gritaba “manos en alto”. Por un momento pensé que estaba flashando pero no, era realidad. Sí, efectivamente era la policía. Yo estaba desconcertado, no sabía qué hacer. Lo primero que me dijeron fue  "Boliviano de mierda, negro de mierda, te vamos a matar. ¿Por qué no te quedas en tu país a trabajar?”.
Eran dos oficiales. Me introdujeron en un vehículo particular de uno de ellos, fui maniatado, golpeado y despojado de mi celular, mi reproductor de discos compactos y hasta del trozo de pollo. También me acusaban de narcotraficante. “Vos eres cómplice de Evo Morales. Cocainero”, recuerdo estas palabras dichas por los policías Hernán Matías Martínez y Javier Armengol mientras tomo un café con medialunas. Me trataban de lo peor, como si yo fuera un perro, me pidieron abrir la boca y ahí simulaban disparar con sus armas. A mi ya nada me importaba, solo quería morirme en ese preciso instante, sentí un vértigo, sentí que estaba a punto de volverme loco y cerré los ojos para no girar en un torbellino.
Luego me llevaron a las riberas de un río sucio, entre Capital Federal y la Provincia de Buenos Aires, me golpearon y me tiraron ahí, no caí dentro del agua y cuando creí que se habían ido, me levanté y traté de escapar, pero ellos me vieron y desde ese momento comenzó el calvario. Estaba muy débil, no tenía fuerzas. Entonces pensé ¿por qué me estaban haciendo eso? ¿Qué cuentas me pedían? Dos desconocidos me pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio.
Me golpearon sin compasión alguna, me ordenaron caminar y me dispararon con sus armas en el cuello y en una de mis piernas, mi cabeza estaba por estallar. Todo estaba al revés. Desde entonces mi mente quedó en blanco.
Desperté en un hospital lleno de aparatos y vendas, apenas podía abrir los ojos y apenas podía mover mi cuerpo. Me asusté demasiado, creí que había quedado paralitico o algo por el estilo, comencé a gritar. Después de que me inyectaran calmantes y demás, desperté y a mi derecha estaba mi madre, recién llegada de Bolivia.
Pasaron muchas horas, días, semanas y meses hasta que me salí del hospital y, como los doctores les prohibieron a mis familiares informarme del caso, todo lo sucedido me lo enteré afuera.
En el momento que quedé inconsciente, los policías se fueron pensando que yo ya estaba muerto. Algunos testigos presenciales de lo ocurrido, llamaron al SAME. Una ambulancia me llevó al Hospital Pirovano, donde quedé internado. Estuve un año hospitalizado o en reposo, hasta que pude recuperarme, aunque me quedaron algunas secuelas. Además del maltrato, de las lesiones y heridas sufridas.
Me impresionó lo mucho que se hubiera movilizado la policía de la Prefectura.  Ante el acecho, uno de los policías se entregó. Luego, el otro fue detenido.
Después de un año, tuve que verles la cara a estas personas. Reconocí perfectamente a Martínez que estaba presente en la sala, y lo señalé como la persona que me introdujo el arma en la boca.
Después de varias audiencias El Tribunal Oral en lo Criminal No 22 de Buenos Aires, Capital Federal, condenó a 22 años de cárcel al policía argentino Hernán Matías Martínez por haber cometido cuatro delitos en contra de mi persona: tentativa de homicidio, odio por nacionalidad, robo agravado y privación de libertad indebida.  El otro, Javier Armengol, aún sigue procesado debido a que su defensa alega razones de salud física y mental.
¿Todo había pasado de veras? "Tranquilo, tranquilo, aquí no ha pasado nada", trataba de decirme a mí mismo pero era inútil, algo en mí ha sido violado.
Hoy, después de tres años jamás volveré a estar seguro de nada. De nada.


Esta nota fué inspirada en: 


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